jueves, 9 de abril de 2009

¿Amor eterno?

Falsas alegrías, verdadera felicidad, promesas cumplidas, juramentos olvidados, besos robados al tiempo luego archivados en baratos cartapacios, cuadernos de apuntes donde asoman aventuras de poca monta, suicidios cometidos porque se rompió la magia, se deterioró la ilusión, se fue al traste el hechizo, se esfumó el sortilegio, se desgastó el encanto: la canasta de primera necesidad que ofrece el amor puede llevar sorpresas. Luce vacía, repleta, promete hambre o indigestiones.

Morir no es lo mismo que desvivirse. No puedo concebir un amor que no sea eterno. Se ama hasta el desgarre, incluso hasta la rotura, la ruptura. Siempre queda un halo difuminado; tal vez el odio es amor que cambia de polo si el sentimiento se consume, se deshace, se corroe. La muerte no logra desintegrar lo que uno vivió, solo puede hacer desaparecer lo efímero, lo que no era más que piel, hueso, envoltura hermosa, dolida. Queda lo invisible, aquella trémula llama que casi se apagaba cuando la oscuridad abrigaba el beso, se hacía cómplice del más loco heroísmo, del más dulce pecado.

¿Es eterno el amor? Las líneas de nuestras manos se prolongan en otras diminutas, aquellas que contemplamos con lágrimas a flor de ojos en la blancura de algún quirófano. No hay amor que no sueñe con el embrión que germina como trigo, se hace pan nuestro de cada día, se convierte en nuestra razón de ser. No puedo imaginar aquella cuchilla, aquella succionadora que de pronto invade la privacidad de un chiquillo recién empeñado en chuparse el dedo, en sentir aquella fuente tibia de donde todos venimos. No se puede matar el fruto del amor porque los árboles solo viven para cumplir promesas, las flores se abren para que las abejas olviden su ponzoña, su aguijón, se dediquen a polinizar, almacenar materia prima para la miel de mañana, porque la naturaleza es amor y la vamos matando en nombre del odio, del consumismo salvaje, porque el hombre descubre que lleva también un aguijón: mata en vez de acopiar.

Se rompe la fuente en el debido momento, triunfa el amor, porque ella, la mujer, decide amar hasta las últimas consecuencias, abre todos los diques de su cuerpo. Si no fuera eterno, amor no sería sino capricho, pan de un solo día, gemido entre espasmos, viaje de segundos entre fugaces estrellas. El placer es juego pirotécnico deslumbrante; mas, explotan las luces en ramilletes de color, vuelve la noche para sepultarlo todo.

Cuando el beso sigue con el mismo sabor sin que importen cicatrices, achaques, años que pasan, enfermedad que arrecia, arrugas surcando el rostro del ser amado, cuando sigue temblando la mano al hallar otra, como si fuera el primer encuentro, cuando el te amo sigue inmenso, impresionante como si fuera la palabra más importante de toda una existencia, el amor es capaz de desafiar hasta la muerte: lo humano se vuelve divino. Nosotros morimos, mas el amor es eterno.

Fuente: Diario El Universo - Ecuador
Autor: Bernard Fougeres

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